Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando las entradas de mayo, 2021

Un amor desparejo

  Ya no me mira. Se la pasa en su desbandada reposera con los partidos y no me percibe. Es como que no estoy. Se me escapa y no puedo conseguir que atienda mis intenciones. Vive en la reposera, pero por lo menos toma un poco de aire y sol y, mientras se sirve mates, me mira. Antes parecíamos uno. Será el encierro, digo yo. Será que le aburro. Me insinúo, me muevo, le paso por al lado y nada: o me mira de reojo o me sonríe con la misma gracia que cuando nos vimos por primera vez. Pero eso ya pasó y ni él ni yo estamos para volver el tiempo atrás. Creo que así no es parejo. Y él lo niega y lo niega. Y ojo, sabe. Sabe que soy su suerte. Antes se desvivía por mí. Yo no necesitaba hacer nada para que él se preocupara por mí, piense por mí y se adelantara a abrirme la puerta si salíamos de casa, a decirme todo con tono calmo. Yo lo admiraba: en la calle sentía que se le explotaba el orgullo de caminar conmigo. La gente nos miraba y yo tenía que distraerme para no pensar que también para el

Un oso en el subte

La ciudad los encontró transpirados y pegoteados en un viernes intranquilo. Caminaron quince cuadras por Corrientes. Obelisco, agua mineral, estación de subte. Pasaron los molinetes y se secaron debajo del resplandor aéreo de un ventilador negro gigante. Sintieron el ruido atronador de la máquina que se acercó con prisa. La masa humana desesperada corrió a pasos cortos dentro de un embudo humano que se repitió en cada puerta. El mayor logró entrar. Apretado intentó girar para ver a su compañero oso, pero la chicharra lo desconcentró y pensó en el problema de perder aquel viaje: encontrarse entre la muchedumbre, indicar la vuelta, la estación, esquina, calle, avenida, altura. Sintió un empujón y otro y otro como pequeños scrown. Vio al compañero oso acurrucado en el pasillo. Entre los dos no encontraron explicación. Sonó otra chicharra y la masa avanzó en avalancha hasta el vagón. El calor se condensó como una ola y la puerta se cerró. El mayor le sonrió despreocupado y su compañero oso

Gelman, el palabrero

  Hace siete años se fue el poeta Juan Gelmán. Este 3 de mayo hubiese cumplido 91. Partió pero no así sus escritos que son una forma de leer aquello que desde una analogía desnuda se acerca a hacernos un poco mejores, a comprender. Su pluma toma la forma del mar en las orillas y vuelve, nos moja, humedece. La poesía es la única verdad o la verdadera forma de no quedarnos secos. Gelman abrazó el exilio, contó desde lejos la Argentina, aquella de la que escapó para regresar primero y resistir después. Sus pasos lo reconocen como uno de los poetas latinoamericanos que mejor reflejaron el destierro: sus estrofas viajan en las distancias y empujan para dar más vueltas. «II». “Nosotros arrastramos los pies en ríos de sangre seca, almas que se pegaron a la tierra por amor, no queremos otros mundos que el de la libertad y esta palabra no la palabreamos porque sabemos hace muerte que se habla enamorado y no del amor, se habla claro, no de la claridad, se habla libre, no de la libertad”. Conocem

Deportivo La Tempranita

  La chica en la parada piensa qué suerte cuando divisa que viene su colectivo. Quiere estar en casa, no esperar nada y que el tiempo se le escurra y el asiento se ablande ya. Piensa que todo lo que detesta sucede lento. Asiento del fondo, pasillo, ventanilla a la derecha y boleto impar nunca capicúa. Se aburre de mirar la goma negra percudida de sus Loto mantenidos a pomada. A mitad de camino sube el chico que siempre la mira pero que nunca le dice nada, ni hola. Él desfila por el pasillo, ella registra su buzo, su bolso, su jogging deportivo. Sabe que ahora él entrena también martes y jueves porque en la cancha de 11 pusieron reflectores nuevos. Hoy su jogging luce más limpio. A las compañeras se les nota que nunca se embarraron en el campito. No se tiran al piso ni barren la pelota. Por qué no les gustará entrenar. Cuando baje las luces de la parada ya van a estar prendidas, piensa. Otra vez llegó temprano. En qué piensa la gente cuando se desplaza. Qué cosas se les cruzarán por la

Las vías en otoño

  El otoño, una estación gris del año. Y ahí vienen: días, libretas, sueños, nervios en la sala de espera. Las vías en otoño se ven más tristes. Los árboles que la entuban se sienten liberados cuando el verde trasmuta. Y caen y caen y ¡crach!, al suelo. Una señora espera en el andén. Sabe que a las ocho y veinte pasa su tren. Repasa la serie del boleto y lo guarda en su cartera. Lleva un pañuelo atado en la cabeza, los pelos apretados y un ambo gastadazo. Baja hasta las vías, otea para allá y para acá. Levanta la mirada. Ahí el cielo parece más cielo y las nubes no corren como en el verano. El viento existe a fuerza de suspiros y sus fuerzas —sus sospechas, sus penas— la acarician y se detiene en los pasos y sigue un rato y después frena. El jefe de la estación la vuelve a saludar. La señora sale de las vías y sube al andén. El jefe silba y desempaqueta un cigarro corto. Lo enciende, echa humo y oye un zumbo a kilómetros. Lleva unos pantalones té con leche, un bremer tono madera y zapa

Pasajero en trance

  Este 20-21 se cumplen siete años de la muerte de Gustavo Cerati. El recuerdo nos indica que el día de la noticia nos conmovimos de una manera distinta, despareja. Su presencia sin cuerpo durante más de cinco años de internación, hicieron que la despedida sea especial porque ya suponíamos cómo iba a ser el final. Estético, glam, con poncho y rayo láser. Pensarlo a Cerati desde el presente conmueve desde varias direcciones, sobre todo musicales pero, a su vez literarias, dado el toque poético de su cancionero y de su evolución como artista. El tiempo se encargó de elaborar un reconocimiento eficaz. Una parte de la resistencia rockera lo indicó como un cheto-careta y después dijeron “ah, pero es bueno”. Con el paso de las décadas, muchos de esos desconfiados empezaron a abrirse y no sólo destaparon una olla que les parecía demasiado fina para elogiar, sino que, además, comenzaron a reconocer el lado guitarrero de Cerati. El disco «Ahí vamos» es el botón de muestra. El timbre de la voz d

Libros marcados

  Las personas se prestan libros. Algunas los rayan con fibrón, otras con lapicera. Al entrar en sus páginas las personas se sorprenden y así las líneas quedan inmortalizadas. Saber si alguien marca o no sus libros, es dar con una parte de la esencia que lleva cada persona. Algunas intentan marcas con cintas de todos colores a las que llaman posticks. Marcarlos es, entonces, desacralizar las bondades que contienen los libros. Es dejar una marca —¿trascendente?— en el paso del tiempo. Resulta un ejercicio de memoria, para la memoria. Libros prestados. Libros robados. Libros reclamados. Libros donados. Los humanos hablan de los libros. Los libros no están interpretados y les alcanza con meterse en las páginas para olvidar todo aquello que ya les contaron. Muchos descubren que al leerlos no aparecen los intermediarios. Comenzar una obra es olvidar lo que dijeron sobre ella los que escribieron sobre ella. Libros de apoyo. Libros que adornan. Libros ignorados. Libros extraviados. Libros com

Entrevero, un vino

  Uviac fue la envasadora del vino sanjuanino Entrevero que, a partir de 1961, comenzó a funcionar en Salvador María y llenó de tinto a todo el pueblo. Allí trabajaron alrededor de diez empleados hasta que, en 1968, cerraron el grifo. La historia se la escuchamos a uno de los papás del grupo. Nos contó que una vez atravesó casi todo el caño que va desde Uviac hasta la estación de trenes, pero que no pudo llegar por la falta de oxígeno. A nosotros lo que nos importaba en realidad, era el misterio que escondía el tubo que acarreaba litros y litros de vino en más de ciento ochenta metros, desde uno de los galpones del ferrocarril hasta la misma planta embotelladora. También hay otra anécdota que cuenta que años después del cierre dos afamados “borrachos” del lugar se llevaron el vino viejo de unos barriles abandonados. Que lo hirvieron para sacarle la picadura y se lo empinaron a garganta pelada. Eso dicen. Alguna tarde de domingo invernal vimos un croto. No lo vimos en persona, pero por

Sasturain en su casa con mil libros

  A Sasturain el fútbol le “pasa”. Su hogar es un gran departamento con pisos encerados a la vuelta de Plaza de Mayo. Es el 8 de junio de 2012 y el frío en la vereda es un tornillo de hondo calce. Desde el portero la voz del viejo avisa que ya baja. Minutos después da la bienvenida. Abre una puerta de madera con una chapa donde se lee Investigaciones Etchenike. Sasturain se pasea con un vermut a la mitad. Su baticueva es una habitación gigante y no se le ven las paredes: miles de libros rebalsan anaqueles del tiempo, panceados. En un rincón y como en exposición en lo alto uno dice en grande Nabokov. A tres metros, un velador con un foco de luz amarillenta de película de los ‘60 alumbra como un par mil. Sasturain acomoda el remangue de su camisa gris a cuadros que siempre usó en las entrevistas de la televisión y avisa que “prendan el grabador nomás”. Suena el teléfono. Sasturain escucha. Achina los ojos y sacude la cabeza. “El sábado no puedo. En la semana puedo, pero el fin de semana

Música en el tren

  Pensar en trenes es una forma extraña de entreverarse con un puñado de aromas cotidianos. Es como enfrentarse a un millón de recuerdos, esos desperdigados en las estrellas fugaces en cualquier noche de verano. Muchas imágenes y vidas se proyectan cuando pasa un tren como en una eternidad congelada. El miedo y la ternura también conviven arriba de un tren. Fue a la hora de la siesta, volviendo del Parque Pereyra Iraola, en cercanías de La Plata, allá por febrero de 2011. Volvíamos de trabajar con Anita, fotógrafa y compañera de una extinta agencia de noticias. A la vuelta casi ni hablamos. Anita se durmió. El cansancio me llevó a colgar algunas penas y observar el paisaje verde de las acacias que rodeaban el contorno de las vías y sentir cercanas las entradas intermitentes de sol por las ventanillas. Sin túneles de árboles, los rayos iluminaron por fin las caras de todos los pasajeros del vagón. En una de las paradas se renovó el contingente y entró en escena un muchacho que adiviné u

Un foto en Ernestina

Llegaron a Ernestina desde Río Negro, en mayo del 68. El abuelo era ferroviario: cambio de vías, trenes, máquina de escribir. La abuela, todo terreno: ama de casa, preceptora de colegio, administrativa. La tía Sandra y Daniela, mi madre, dos nenas con nueva escuela y jardín y nuevas caras. Foto, belleza, impacto: la sonrisa de la abuela Nené, la cara cómplice del abuelo Lalo. Están tomados de la mano al igual que Daniela, la niña con el suéter a rombos y Sandra, de bremer beige. Nadie dudaría que están felices. En sus vidas Ernestina duró hasta 1977. Anclaron en la estación Salvador María, aunque siempre pegaron la vuelta. Un domingo en familia visitamos Ernestina y, aburridos, con mi hermano le reclamamos a mi mamá que su pueblo de la infancia estaba lleno de gente vieja. Ella nos miró apenada y después nos confesó que si tuviera la posibilidad de viajar en el tiempo, no dudaría en volver a los días de su infancia en las calles de Ernestina. La vi pequeña y con la sonrisa que siempre

Un héroe en casa

  Sin resentimiento pero con la voz temblorosa, Jorge Pedrotti, ex combatiente, alguna vez lo narró en una sobremesa en la casa de mis viejos. En el año ‘82 tenía sólo 20 años. “En el Palomar supe que tenía que ir a Malvinas (…) llegamos y con un viento infernal y sin antiparras, se nos llenaron los ojos de arenilla. No dormimos esa noche. No estábamos capacitados, sentíamos miedo. Con cada estruendo los oídos nos zumbaban. Una vez un capitán nos estaqueó a los que no queríamos movernos del lugar. Uno empezaba a sentirse mal porque los propios jefes eran nuestros enemigos". "(…) Yo nunca había visto tanta gente muerta hasta que eso fue moneda corriente. Una vez llegado a Salvador María, toda la gente me brindó su apoyo, pero de parte del Ejército no recibí más que un diploma. Estuve 72 días en Malvinas y nunca lo voy a olvidar”. Anécdotas del gordo Luis Todos los días de la Secundaria Luis Cabrera, nuestro portero ex combatiente, nos esperaba en la puerta del Comercial. Nunc

Lennon en un Citroën 3CV

  Lo primero que recuerdo de Lennon, son anécdotas de mi viejo que están el libro de May Pang, “Adorado John”. Ahí cuenta el lado sensible de Lennon durante el año y medio en el cual compartieron experiencias varias en el denominado “fin de semana perdido” para John. Se lo había regalado mi vieja, en 1981. Luego, el 6 de mayo de 1983, le regaló el cassette Lennon Collection que recibí junto a mi primer walkman en 1998, nuevo impecable, comprado en Canepare Records, pero de la misma edición que la del ‘83. En el 2000, cuando llegó a casa nuestro primer mini-componente, el primer CD que pusimos fue Lennon Legend que conservo en su caja original con el felpudo de Canepare y todo. Mamá cuenta y el viejo nos recuerda que también escuchaban en los ochenta un compilado de Baglietto. Los días cantan la historia / los días cantan mañanas / los días no tienen miedo. Cuando Lennon murió, mis viejos aún no se habían conocido. Mi vieja siempre cuenta que durante el embarazo, mi viejo gastó la cinta

Sol y vidrios rotos

  Hace un largo tiempo viví un momento de esos que nos enseñan a asimilar golpes. Me pasó en clase con la lectura del cuento “Vidrios rotos” de Osvaldo Soriano. En plan autobiográfico, Soriano narra uno de los días más felices de su vida, cuando su tío le armó una gomera. El cuento es la excusa para contar una historia junto a su padre, inspector de aguas en San Luis en años de sequía. Su misión: inspeccionar que en las casas no derrochen el agua. Llegan a un chalet con pileta para hacer la multa y el dueño saca unos billetes y le dice al viejo: “tomá, llevalo al pibe a tomar un helado”. El padre retrocede, inventa una historia con Belgrano, señala un árbol de la entrada y le asegura que el prócer acampó ahí con su tropa. Que cavaron y no encontraron agua, que se le murieron de sed soldados y caballos. El tipo le avisa que está con el gobernador en la pileta, que se las tome si no quiere perder el trabajo. Mete la mano en el bolsillo y le muestra un par de billetes más. “Belgrano no sa

Pato Lacoste y la memoria infinita

  Lobense, profesor de Lengua y Literatura egresado de la UBA, un soñador quizá. Escritor, director teatral. De pensamientos claros en una época oscura. Desaparecido por la dictadura cívico-eclasiástica y militar. Así lo rearma Mariano, su hermano. “Pato poseía una particularidad muy cómica: era rubio, de tez bronceada, pero tenía bigote negro. Eso llamaba mucho la atención en los demás”. Consejos. “Tenés que leer. Siempre leé, leé y leé”. Profesor. “Tenía la fórmula para hacerte disfrutar libros”. Días. “Su vida era como la de cualquiera: ir a un baile o conocer a alguna chica. Recuerdo sus salidas en bicicleta con sus alumnos a conocer almacenes viejos y pulperías de Empalme Lobos en bici”. Conocimientos. “Sabía inglés. Su forma de ser era íntegra: le gustaba leer, escribir, expresarse, tenía una memoria envidiable”. Cultura. “Le gustaba mucho el teatro, el cine y la música, tanto jazz como música brasilera, folklore y tango. Era un amante de la música”. Noche del 15 de octubre. “Los

Relato de los años de plomo

  En el año 1976, mi viejo tenía poco más de veinte años. Nunca había salido lejos de su casa y le tocó hacer el servicio militar en Ciudadela. Alberto siempre cuenta que la tarde del 23 de marzo no fue igual. “Hacía más de veinte días que no salíamos de franco normalmente, estábamos acuartelados y ninguno de los superiores nos informó de nada, era todo aparentemente ‘normal’”. Ese mismo día, los hicieron cenar alrededor de las siete de la tarde, antes de lo habitual. Después de la cena, se acostaron también temprano. “Nos habían provisto de una bolsa llena de colchonetas inflables, carpa, utencillos para comida. A esa altura, todos sospechábamos que algo iba a pasar, pero nada parecido a un golpe de Estado. A las once de la noche, nos llamaron a todos y alrededor de las once y media del 23, nos hicieron agarrar todo el equipo y formar en el playón central del cuartel”. Un tanto desconcertados escucharon las palabras del capellán del cuartel que los hizo rezar. “Después llegó un tenien

Cortázar: luces como ayer

  Poco antes de la asunción de Raúl Alfonsín, el escritor regresó al país luego de varios años en el exilio. No fue atendido por el presidente que alegó días después un ‘error’ de agenda. De todos modos, en una entrevista del 3 de diciembre de 1983 al diario Clarín, le decía al periodista Juan Bedoian que tras el regreso de Perón, después del interregno camporista, “me convertí en algo que nunca había aceptado ser: un exiliado. (…) Yo escribí demasiados artículos contra la junta militar como para que me lo perdonasen”, aseguraba. En un aventurado paralelo imaginario, sus palabras se expanden en el tiempo sin perder algunos atisbos simbólicos con el presente. Sin reparos, aquel Cortázar del ’83, lanzaba: “(…) una democracia que no esté sustentada en una ética —compartida por todo un pueblo, no la ética de los dirigentes— está condenada a la mediocridad, al fracaso. Hablo como intelectual, pero como un intelectual que, a la vez, tiene conciencia de los problemas del pueblo. Conseguir el

Recuerdo de infancia

  Lo contó Dylan. Cuando era chico mis viejos se pelearon y nos vinimos para acá. Yo lo iba a visitar cada tanto. Un día no fui a visitarlo porque mi mamá no me dejaba ir nunca a verlo. Una vez mi hermano me llevó y lo pude ver a mi viejo. Lo abracé con todo cuando lo vi y yo lloré de la emoción. Cuando llegué a la casa de mi viejo saludé a todos. A su señora y a sus hijas, mis hermanitas. Me quedé dos semanas allá. Jugaba a la pelota todos los días con mis vecinos. Íbamos a todos lados: a cazar y a andar a caballo. Mi viejo se iba a trabajar todos los lunes, martes, miércoles, etc.. A la noche siempre jugaba a la Play con el vecino y cuando mi viejo llegaba, me llamaba, tipo ocho de la noche.  Cenábamos y después todos se iban a acostar, menos yo, porque me iba a la casa de los vecinos otra vez y otra vez me llamaba mi viejo. Un día, era un viernes, se embriagó (sic). Yo estaba durmiendo y me fue a levantar, pero yo no quería. Igual me tuve que levantar. Él me decía, embriagado, que m