Este 20-21 se cumplen siete años de la muerte de Gustavo Cerati. El recuerdo nos indica que el día de la noticia nos conmovimos de una manera distinta, despareja. Su presencia sin cuerpo durante más de cinco años de internación, hicieron que la despedida sea especial porque ya suponíamos cómo iba a ser el final.
Estético, glam, con poncho y rayo láser. Pensarlo a Cerati desde el presente conmueve desde varias direcciones, sobre todo musicales pero, a su vez literarias, dado el toque poético de su cancionero y de su evolución como artista. El tiempo se encargó de elaborar un reconocimiento eficaz.
Una parte de la resistencia rockera lo indicó como un cheto-careta y después dijeron “ah, pero es bueno”. Con el paso de las décadas, muchos de esos desconfiados empezaron a abrirse y no sólo destaparon una olla que les parecía demasiado fina para elogiar, sino que, además, comenzaron a reconocer el lado guitarrero de Cerati. El disco «Ahí vamos» es el botón de muestra.
El timbre de la voz de Cerati se acerca a otras grandes voces de nuestro rock, donde enfilan Aznar, Chalry García de Serú Girán, Miguel Abuelo, Federico Moura y Spinetta a quien le agradeció en vivo: “Si hay un sueño cumplido, es éste”. El Flaco, tiempo después, apuntó tan sabio: «Comprendemos todo/tu voz nos advierte la verdad».
El sonido de «Fuerza natural» arrimó los primeros vientos a la nueva ola del rock-pop nacional. Fuerza natural es la punta del iceberg. Aparece de nuevo el recurso uppercut de Cerati.
Alguna vez Guillermo Saccomano citó a Cortázar para referenciar las diferencias entre un cuento y una novela. Vale aquí un paralelo entre una canción y un disco larga duración. “En un cuento tenés que ganar por KO. En una novela, podés ganar por puntos”, narró Cortázar. Con Cerati puede pasarnos lo mismo. Nos aplica un cross con una simple canción o nos convence a lo largo del camino en un disco eterno.
Foto: Nico B Mansilla
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