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Un tren que pasa

   Al otro lado suena la bocina de un tren y en revancha los pájaros cantan todos juntos. La brisa de la mañana es parecida a otras, mientras el sol alumbra todo el verde. Sus luces recomienzan cada vez que atraviesan los espacios de sombras. Varios perros se ladran a lo lejos, se dicen-ladran mensajes que nadie descifra. Los pájaros no se dividen los territorios por especie: entonces el Hornero cuida su casa y la Urraca silba un tango de ave chica. Los gatos no se levantan temprano: nadie se entera que más tarde sus ojos van a mirar todo sin parecer curiosos o metidos. Los pontones de hormigueros son un acampe con reclamos a la naturaleza: que llueva que llueva. Como dispersos cantores solitarios, los grillos descansan de sus baladas de la noche. Las hojas caen y se preparan para crepitar y morir de puro secas.

     El perro de al lado no ladra, pero escucha. Quiere enterarse de lo que pasa en todos los barrios del mundo. Está sentado, mueve la cola, respira, olfatea el suelo y se estira. Se rasca el costado de su panza y vuelve a su posición de chusma amanecida. Oye la bocina del tren, odia el canto entrometido de los pájaros que pasan y se posan sobre los árboles de su dueño. Pero el perro sabe, no es Pascual, y ya no espera que el mundo sea mundo sino un pedazo de carne o un hueso que le haga acordar a los antiguos entierros. Por eso escucha, por eso no ladra.

     El gato se sabe tigre de entrecasa. Los vio en un documental desde el sillón: se vio parecido, se imaginó inflamado y veloz. Cambiaría manchas por rayas para que la imagen continúe en conquista, para no tener que escapar del perro que no ladra, pero que ocupa un lugar especial porque su dueño le habla y lo abraza. El gato es un testigo que mira y piensa en cómo cruzar el patio y servirse de la tranquilidad de los pájaros. El gato escucha mientras se acomoda el bigote y se lame las manos y se acuerda de su amor canaleta de un techo de casa demolida en un terreno pelado. Si por él fuera, el gato se marcharía a un lugar donde la especie gobierne sin garras y con las uñas. El gato mira al perro que no ladra, pero espera: que pase el tren para que sus colegas ladren y que su dueño abra la puerta y lo deje estar adentro.

    El dueño sabe que amaneció. Que es temprano que es sábado. Toca el piso con los pies e imagina un día de sol, con mates en la mesada con los ojos en el patio donde sabe que un gato se esconde y un perro lo espera. La bocina del tren le avisa que son las ocho. Se pregunta a dónde apuntan los ojos que observan desde las ventanillas. Desde qué hora cantan los pájaros, por qué las hormigas piquetearon el pasto y dónde se metió ahora el gato.


 

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