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Un foto en Ernestina


Llegaron a Ernestina desde Río Negro, en mayo del 68. El abuelo era ferroviario: cambio de vías, trenes, máquina de escribir. La abuela, todo terreno: ama de casa, preceptora de colegio, administrativa. La tía Sandra y Daniela, mi madre, dos nenas con nueva escuela y jardín y nuevas caras. Foto, belleza, impacto: la sonrisa de la abuela Nené, la cara cómplice del abuelo Lalo. Están tomados de la mano al igual que Daniela, la niña con el suéter a rombos y Sandra, de bremer beige. Nadie dudaría que están felices. En sus vidas Ernestina duró hasta 1977. Anclaron en la estación Salvador María, aunque siempre pegaron la vuelta.
Un domingo en familia visitamos Ernestina y, aburridos, con mi hermano le reclamamos a mi mamá que su pueblo de la infancia estaba lleno de gente vieja. Ella nos miró apenada y después nos confesó que si tuviera la posibilidad de viajar en el tiempo, no dudaría en volver a los días de su infancia en las calles de Ernestina. La vi pequeña y con la sonrisa que siempre tiene para todos nosotros, con la misma energía que emana hoy.
Muchos años después, mientras preparábamos un video para los 80 de la abuela Nené, dimos con esta foto y, después de recordar aquel domingo en Ernestina, entendí otra cosa: en ese lugar ella construyó los cimientos de su felicidad. Sus juegos en la estación, donde conoció pila de personas que ya no están y una ponchada de historias sin la pálida.
Dicen que las miradas de las fotos no ocultan la verdad. La abuela pestañeó justo y quedó la sonrisa. El abuelo miró cómplice, peinado, curvo el bigote. Las hijas que también sonrieron. El viento lo trajeron desde el Sur al suelo bonaerense. Acá los envuelve a los cuatro. Los abuelos se conocieron en Maquinchao, el pueblo de la abuela en el Alto Valle de Río Negro. Ella lo vio el día que el abuelo aterrizó en tren desde otros lugares.

Hace poco, la abuela contó que cuando lo vio se enamoró y que lo que más le llamó la atención fue que se notaba que era “un hombre limpito, prolijo para vestir, buen mozo”. Los imagino enamorados, jóvenes y de la mano. Como en la foto con los ladrillos, el cartel y llenos de viento. 

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