Ir al contenido principal

Libros marcados


 

Las personas se prestan libros. Algunas los rayan con fibrón, otras con lapicera. Al entrar en sus páginas las personas se sorprenden y así las líneas quedan inmortalizadas. Saber si alguien marca o no sus libros, es dar con una parte de la esencia que lleva cada persona. Algunas intentan marcas con cintas de todos colores a las que llaman posticks. Marcarlos es, entonces, desacralizar las bondades que contienen los libros. Es dejar una marca —¿trascendente?— en el paso del tiempo. Resulta un ejercicio de memoria, para la memoria.

Libros prestados. Libros robados. Libros reclamados. Libros donados.

Los humanos hablan de los libros. Los libros no están interpretados y les alcanza con meterse en las páginas para olvidar todo aquello que ya les contaron. Muchos descubren que al leerlos no aparecen los intermediarios. Comenzar una obra es olvidar lo que dijeron sobre ella los que escribieron sobre ella.

Libros de apoyo. Libros que adornan. Libros ignorados. Libros extraviados.

Libros como pasajes de vida. Misma intensidad, igual magnetismo. Salen de los árboles y son papel. Les quedan marcas, tréboles, iniciales y recuerdos, pero sobre todo la impronta contextual y el traspaso de las influencias.

Libros no devueltos. Libros regalados. Libros ocultados. Libros entierrados.

Las marcas quedan y quedan los trazos y el paso puntudo sobre las hojas. Existen variados y atroces tipos de lectores. Alguien siempre tiene un clásico en la mesa de luz para antes de dormir. Así, cada espacio entre marca y marca, indica el nivel de sueño según las rayas en los párrafos.

Libros encajados. Libros embalados. Libros dedicados. Libros leídos.

Foto: @nicob_mansilla

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Siesta de ángel

No perturba la calma, acecha la culpa, se obstina el ensueño. El ángel no teje ni protege, escucha. Deambula, quizá: nadie sabe si es verdad. ¿Por qué los ángeles no nadan de espalda? Las alas no sirven más que para frenar o de última flotar, pero se mojan y, como las rocas, no pueden decir palabra. El pájaro nadó el pez corrió y el perro carreteó. Mientras —tranquilo avezado y dormido—, el gato camina: es jefe, patrón y esclavo cuando quiere o llega el dueño.

Primeros libros

     En 45 días de reposo me hice lector. Comencé con vómitos y dolores de cuerpo, pis marrón. El doctor diagnosticó hepatitis. Era invierno y para no estar aburrido en la cama, los viejos me trajeron  revistas viejas y varios ejemplares de Patoruzú. Claro, no estaba acostumbrado a leer tanto, pero el tiempo a disposición jugó un papel importante y a lo largo del día terminaba todo lo que me traían.    Después, en la mesa, papá preguntaba sobre las historias. “Algunas las leí en otra época”, avisaba. Así, los personajes y sus acciones se volvieron como de la familia. Al terminar cada ejemplar, pensaba: “Entonces puedo”.    Más tarde, curado de la hepatitis, el gusto por los libros creció. El primer intento fue con uno de Cortázar que saqué de la biblioteca del pueblo, pero el tiempo de devolución me quitó las ganas. Solo recuerdo haber leído “Axolot”. Después, llegó la primera novela: “Robinson Crusoe” de Defoe. Costó, pero una noche, después de l...

Baúles y valijas

  Las valijas viajan solas, conocen paisajes internos. Se suspenden en el tiempo, en la oscuridad. Cada baúl las arropa, resguardan los sonidos, que tapan recorridos en plena soledad. Cierre hermético, sombra y pasado de ropas. Contemplación, ruido y silencio. Llegada presurosa. Claridad y búsqueda errada, y de nuevo el negro que acostumbra el cierre y otro viaje más. Llegadas, partidas y fin, que anuncian el continuado de maravillas y otros cuentos con finales templados.