Las personas se prestan libros. Algunas los rayan con fibrón, otras con lapicera. Al entrar en sus páginas las personas se sorprenden y así las líneas quedan inmortalizadas. Saber si alguien marca o no sus libros, es dar con una parte de la esencia que lleva cada persona. Algunas intentan marcas con cintas de todos colores a las que llaman posticks. Marcarlos es, entonces, desacralizar las bondades que contienen los libros. Es dejar una marca —¿trascendente?— en el paso del tiempo. Resulta un ejercicio de memoria, para la memoria.
Libros prestados. Libros robados. Libros reclamados. Libros donados.
Los humanos hablan de los libros. Los libros no están interpretados y les alcanza con meterse en las páginas para olvidar todo aquello que ya les contaron. Muchos descubren que al leerlos no aparecen los intermediarios. Comenzar una obra es olvidar lo que dijeron sobre ella los que escribieron sobre ella.
Libros de apoyo. Libros que adornan. Libros ignorados. Libros extraviados.
Libros como pasajes de vida. Misma intensidad, igual magnetismo. Salen de los árboles y son papel. Les quedan marcas, tréboles, iniciales y recuerdos, pero sobre todo la impronta contextual y el traspaso de las influencias.
Libros no devueltos. Libros regalados. Libros ocultados. Libros entierrados.
Las marcas quedan y quedan los trazos y el paso puntudo sobre las hojas. Existen variados y atroces tipos de lectores. Alguien siempre tiene un clásico en la mesa de luz para antes de dormir. Así, cada espacio entre marca y marca, indica el nivel de sueño según las rayas en los párrafos.
Libros encajados. Libros embalados. Libros dedicados. Libros leídos.
Foto: @nicob_mansilla
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