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Andar pisado

      Cuando reconocí eso de qué era el campo, me deslumbraron los pájaros, sus clases, sus maneras de planear y remontar vuelo. Primero, los distinguía por cercanía y los del campo eran los que más llamaban mi atención infante. Después, en los viajes a los molinos, el camino y la ventanilla transcurrían como un carretel infinito.    Ahora las preguntas.    Cómo se vería desde arriba y en movimiento. Creerán los pájaros que los que sólo pisamos somos inferiores en cuanto a las perspectivas planas. Recordarán los pájaros su vuelo bautismo. Tendrán en sus sienes las fotos antes del despegue con desafío al viento. Dónde mueren los pájaros. Qué lugares alojan a los pájaros que ya no vuelan. Habrá pájaros viejos que viven sin volar.    Pájaro es sinónimo de aparato de perfecto planeado. Cada ejemplar lleva el peso justo y sin cursos, y desde el arranque con despegue, queda en el pasado. No hay pájaros que anden volados, porque pueden volar. No va ...
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Patio cubierto

  Asoma primavera, asoma el color, sol se depide. Hormigas por autopistas van y los horneros aprovechan: el barro a favor, lejos las palomas duermen. Cada trébol evade los límites rotos, desestablecidos. Un chimango aterriza, la hornera avisa, el hornero llega: infla el pecho y el chimango se retira.

Los años son

  Veinte años de internación. X despertó sin entender el tamaño y la forma del televisor de su habitación, la 110. Después, la enfermera quedó tiesa cuando escuchó que desde el baño la voz de X que, en tono burlón, preguntó: “¿Quién estoy? ¿Dónde soy?”. Ella dio informe en la dirección de la clínica y horas más tarde apareció el único amigo que lo visitó cada mes de los 240 meses que completaron los veinte años de internado.    El director fue claro con Yé. “Vaya de a poco, cuentelé sereno y ordenado, X no es pavo”. Yé siguió atento el hilo del doctor. “El sueño prolongado que tiene encima lo puede traumar”, avisó. Yé entró a la habitación.    “Te pasó una topadora encima, che”, dijo X a los gritos. “Contame qué te puso tan viejo, ojeroso y de canas portar”. X quedó duro en la cama. “Son los años”, explicó Yé, “hace quince trabajo en una escuela a semana completa, 343 en lista”. X lo interrumpió y ya recostado en el respaldar le habló de guita, crédito, respeto ...

Vías muertas

Jugar en las vías no fue igual a los quince que a los cinco. El verde de los árboles de la estación me remontaba a los días de chico con los abuelos. Pero esta vez éramos cuatro y los pastizales al costado de las vías nos cobijaban de las miradas y nos contenía el vicio y las conversaciones secretas. Era la hora de la siesta.    La moto del Oso Yogui no arrancaba. Verdún empezó a hacer un injerto porque, según él, era un problema de fusibles. No arrancaba la máquina. Yogui salió a buscar una caja de herramientas a su casa y con Guido ayudamos a empujarla, pero tampoco arrancó, no hubo caso. La dejamos al costado de las vías y nos pusimos a fumar.    Guido salió caminando para el lado de la Laguna y con Verdún lo vimos de lejos y creímos que Guido también. Yogui no venía y el tren, si bien lento, avanzaba hacia nosotros. Verdún tiró el pucho, yo me corrí al costado y Guido, de espaldas al pata de fierro, continuó mirándonos, pero sin correrse. Le hice señas, me respon...

Baúles y valijas

  Las valijas viajan solas, conocen paisajes internos. Se suspenden en el tiempo, en la oscuridad. Cada baúl las arropa, resguardan los sonidos, que tapan recorridos en plena soledad. Cierre hermético, sombra y pasado de ropas. Contemplación, ruido y silencio. Llegada presurosa. Claridad y búsqueda errada, y de nuevo el negro que acostumbra el cierre y otro viaje más. Llegadas, partidas y fin, que anuncian el continuado de maravillas y otros cuentos con finales templados.

El mar primero

  Arena en los pies, los consejos cuidados y los vendedores, graciosos, afónicos. El cielo al otro lado, la imaginación entera; los mapas de la escuela y el pizarrón dibujado. Fiambres, helados y gaseosas, el tiempo compartido, los humores del chofer y el tiempo consumido. Un regreso presuroso, una ruta despejada, la sonrisa de contar las vacaciones adelantadas. Olas alejadas, las fotos y el pic nic con arena. Mamá, los amigos y parientes, que nos ayudaron a ver el mar.

Siesta de ángel

No perturba la calma, acecha la culpa, se obstina el ensueño. El ángel no teje ni protege, escucha. Deambula, quizá: nadie sabe si es verdad. ¿Por qué los ángeles no nadan de espalda? Las alas no sirven más que para frenar o de última flotar, pero se mojan y, como las rocas, no pueden decir palabra. El pájaro nadó el pez corrió y el perro carreteó. Mientras —tranquilo avezado y dormido—, el gato camina: es jefe, patrón y esclavo cuando quiere o llega el dueño.