El hombre no podía pegar un ojo. Las palabras de su hija lo dejaron entre las cuerdas. La hija habló de incomodidad y de un zafado. Mencionó insinuación, entre otras cosas, y que le dijo: “Qué lástima que sos hija de un amigo”. Ella se puso incómoda y sacó la cuenta de los años. Se le vino un asco. La mirada del tipo le quedó grabada y se lo contó a su hermana y quedaron en hablar con la madre. Y la madre puteó y avisó: “Acá nadie se va a callar la boca”. El hombre corrió hasta el baño con una mezcla de rarezas nuevas en el estómago. Vomitó, cagó, se lavó las manos con agua caliente. Se refrescó la cara, se peinó y se postró en el sillón grande. Prendió el televisor, llamó a la hija. “Sola”, dijo. La hija se acercó. Quedaron enfrentados. “Contame todo”, mandó. La hija tomó aire. Contó en menos de diez minutos. “Que te quedes sin trabajo por mí”, dijo y lloró. El hombre se sonó la nariz. Se acercó y la abrazó. Se distanciaron. Dos días después, la policía descubrió los frascos del
No hace mucho los libros “Animales” de Hebe Uhart y “Allá lejos y hace tiempo” de Guillermo Hudson, me llevaron de vuelta a la niñez, cuando acompañaba a mi papá a los molinos y en el camino de ida íbamos hablando de todas las especies de pájaros. Si me dieran a elegir ser un animal elijo un pájaro y si puedo apuntar una especie, selecciono al más bonaerense y libre de todos: el chimango. Siempre nos resultaron pájaros pícaros, con mucho cielo. Un poco solitarios, con el tiempo dispuesto a la expectativa de las horas. Los chimangos no tienen buena prensa para las personas pulcras y con altas morales: el chimango es carroñero, sucio y ruin. La expresión popular determina que cuando algo resulta inútil es igual a “gastar pólvora en chimango”. Pero los tipos no lo saben, ni les importa. Los prejuicios también los hacen más libres: nadie gastaría su tiempo en intentar cazarlos. Y nunca faltan en ningún evento: canchas de fútbol, carreras de autos, atletismo, hockey, doma. Siempre hay algún