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Ringo y la radio irrompible

    Un domingo de sol, atrás de un arco de polo. Un balde con doce bochas, una botella de agua, un paquete de puchos y una radio a pilas acompañaban mi labor de banderillero en el club “La Araucaria”. Trabajo fácil: si la bocha no entra al arco, el banderín rojo se agita hacia abajo y si es gol, para arriba.

   El partido se jugaba del otro lado y en el primer chuker no hubo intervenciones caercanas. En la radio a pilas que me prestó papá, sonaba “Todo con afecto” con Alejandro Apo y así el domingo contenía literatura antes de los relatos de los partidos. El match continuó sin sobresaltos y en AM 590 Apo, comenzó con la lectura de un cuento sobre Ringo Bonavena. En casa, Ringo era otro de nuestros ídolos por las anécdotas de papá sobre sus peleas y los recuerdos de mamá sobre el día de su muerte.

   Después de fumar, con Apo en pleno cuento llegó un ataque a este arco. La bocha se vino directo a mi sitio y no tuve mejor idea que intentar pararla. La velocidad y los saltos hicieron que al poner el pie la bocha se desvíe y diera de lleno en la radio que estaba parada sobre el balde.

    Corrí a entregar la bocha al jugador que me esperaba en el arco. Los ocho jinetes continuaron en corrida hacia el otro arco. Entonces volví para el sector del balde y vi desde lejos que la radio había quedado partida en dos. Caminé más rápido con el pensamiento triste de saber que era la que usaba papá en las obras cuando se alejaba de la camioneta.

   Recordé las lágrimas de mamá cuando contaba que vio junto a los abuelos y la tía el velorio de Ringo por televisión. Se vino a la memoria un diálogo de papá con su amigo el Gallo, sobre que cuando peleó frente a Mohamed Alí y lo noqueó, el árbitro estiró la cuenta, Alí se recuperó y liquidó a Ringo en el round 12.

   Estaba cada vez más cerca del balde. El aparato partido en dos. A mis espaldas el partido seguía disputándose en el otro arco. Antes de llegar a la base, sentí el tropel de los caballos. El bochazo pasó lejos del arco. Acomodé la bocha, el jugador salió rápido. De vuelta a la base y sin el sonido de los galopes, me acerqué hasta el balde, uní la radio partida en dos, acomodé las pilas y escuché la voz de Apo que el cuento terminó:

 —¡Muérete, Ringo!

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