Arena en los pies,
los consejos cuidados
y los vendedores,
graciosos, afónicos.
El cielo al otro lado,
la imaginación entera;
los mapas de la escuela
y el pizarrón dibujado.
Fiambres, helados y gaseosas,
el tiempo compartido,
los humores del chofer
y el tiempo consumido.
Un regreso presuroso,
una ruta despejada,
la sonrisa de contar
las vacaciones adelantadas.
Olas alejadas, las fotos
y el pic nic con arena.
Mamá, los amigos y parientes,
que nos ayudaron a ver el mar.
No perturba la calma, acecha la culpa, se obstina el ensueño. El ángel no teje ni protege, escucha. Deambula, quizá: nadie sabe si es verdad. ¿Por qué los ángeles no nadan de espalda? Las alas no sirven más que para frenar o de última flotar, pero se mojan y, como las rocas, no pueden decir palabra. El pájaro nadó el pez corrió y el perro carreteó. Mientras —tranquilo avezado y dormido—, el gato camina: es jefe, patrón y esclavo cuando quiere o llega el dueño.
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