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Mostrando las entradas de enero, 2018

Canciones de Spinetta en verano

Por Félix Mansilla ¿Qué se puede esperar de los homenajes? Respuesta uno: que conmuevan. Dos: muchas incógnitas. Y tres: un mundo de sensaciones. Una mezcla de todo eso pasó en la noche de Spinetta, el marcapiel 2 en el patio del Konex . El pulmón manzana —que respira y no tiene techo— es como un gran cajón de cemento que deja la sensación de no estar tan rodeado de torres en lo alto. En el escenario, músicos y amigos de esos que conocemos y sabemos que siguen con la búsqueda de la estrella. Todos juntos la encuentran y la trasladan. La tormenta, que tres horas antes asustó con la suspensión, fue apenas fugaz y una vez que despejó sobre la gran ciudad apareci ó la señal de buen augurio. Se venía una fecha especial, con al menos tres coincidencias: el cumpleaños 68 de Luis, el Día Nacional del Músico y otro aniversario de la inauguración del patio del Konex que hizo el propio Flaco allá por 2004. Y estaban muchos de sus amigos, entre ellos, la Vieja Aníbal Barrios, su a

Gustavo Gauvry: el señor de las cintas mágicas

El mentor de los estudios Del Cielito Records, rememora a Spinetta en el Día Nacional del Músico, apuntando los recuerdos sobre la grabación de Kamikaze. Por Félix Mansilla Comenzaban los 80 y Gustavo Gauvry  armó los Estudio Del Cielito Records al oeste de la ciudad de Buenos Aires, en Parque Leloir. Conocido, además, por realizar grabaciones de discos en vivo, el ideario sonoro de Gauvry se expandió con obras reconocidas —y muy bien vendidas— del rock argentino, como “De Ushuaia a la Quiaca” de León Gieco o “No llores por mí, Argentina” de Serú Girán.  Con el tiempo creció junto al estudio que comenzó en 1985 a editar como sello propio y pasaron bandas como Ratones Paranoicos, Los Piojos, La Mississippi, Los Siete Delfines, Estelares, Peligrosos Gorriones, David Lebón, los Redondos, Mano Negra, Guasones, entre muchos más. Pero antes, en 1982, fue elegido por el Flaco Spinetta para grabar una obra rupturista como Kamikaze.  Dicha placa parte al medio toda su discog

Negocio peludo

Por Félix Mansilla Dos amigos en el café de siempre, un lunes a las seis de la tarde. En invierno. —Mirá, a mi el negocio no sé si me conviene. Así, no me conviene. Disculpame que te haya hecho venir con la cosa encima. Va, la dejaste en la camioneta, calculo.   —Sí, la dejé ahí. Mirá que iba a bajarla ¿para qué? Igual, pensá en que no te cobro lo que te ofrecieron hace un mes. Mirá que deja guita. Mucha guita… —Hagamos de cuenta de que ni hablamos del tema. Va a ser lo mejor. —Bueno, esperá. Esperá porque esta parte ya la conozco. Ahora te hacés el duro y vas bajando el precio. Ese no fue el trato. En serio, che: ¿Vos querés o no querés? ¿Alguna vez te cagué? —Más vale, hermano. Estoy con la soga al cuello, cómo no voy a querer, pero así no. Calculá el riesgo que corro yo. Los riesgos serían, los riesgos. No es fácil. —Pero esperá, decime una cosa: fuiste vos el que viniste a buscarme, no jodamos. —Sí. Cuando me dijeron que eras vos el que vendía

Un día en las carreras

Por Félix Mansilla D esde muy chico supe que iba a escribir esta historia personal. Hoy se siente como una mezcla de narraciones que con el paso del tiempo me demuestran que cada cosa está en su preciso lugar. Mi viejo es plomero/gasista y molinero. Desde chico yo lo acompañaba a todas partes. Hoy, compartimos las transmisiones de portivas. En 1998 él tenía un cliente, Patricio Wolf, dueño de la estancia San Pirán, en el camino real que desemboca en el paraje Barrientos, partido de Lobos. Su mamá era secretaria en Londres del dueño de la Fórmula 1 por aquel entonces: Bernie Ecclestone. Por parte de Silvina, encargada de la estancia, mi viejo se enteró que Patricio —volcado al universo de los caballos y el polo— hacía varios años tiraba al tacho las entradas de las carreras que su madre le traía desde 1995. Anoticiado, el viejo fue claro al decirle a Patricio que para el próximo año le guardara una. Que quería conocer a la Ferrari en vivo. Que quería llevarme a mí a v

Narigón del siglo

Por Félix Mansilla Hace un tiempo escuché en la radio que hablaban de Ringo Starr. No recuerdo a cuento de qué, pero Ringo estaba en el medio de la charla. Un quía dijo algo así como: “Ah, sí, el que hacía reír a los Beatles”. Me alcanzó esa oración para saber que esa persona vio otra película o sintió apenas la punta de la espesura de toda su resonancia musical.  La cuestión es que al ahora Sir Ringo nadie —o pocos— le reconocen su marca en el cuarteto de Liverpool, o sí, pero dejándolo en un cómodo cuarto plano, como aquel baterista que acompañaba de modo efectivo el pedido de las composiciones en cada canción. Algo así como el que tuvo la suerte o que la pudo ver en vivo y nadie se la contó. O peor, estampado en las remeras. Usan al Ringo de la época del álbum blanco, con bigotes, cara de no sé, mirada cómplice o compasiva. Como si fuera el tipo al que le tocó el mejor asiento.  Cuando George Martin estaba testeando a la banda antes de comenzar con las grabacio