Por Félix Mansilla
Hace un tiempo escuché en la
radio que hablaban de Ringo Starr. No recuerdo a cuento de qué, pero Ringo estaba
en el medio de la charla. Un quía dijo algo así como: “Ah, sí, el que hacía reír a los Beatles”. Me
alcanzó esa oración para saber que esa persona vio otra película o sintió
apenas la punta de la espesura de toda su resonancia musical.
La cuestión es que
al ahora Sir Ringo nadie —o pocos— le reconocen su marca en el cuarteto de Liverpool, o
sí, pero dejándolo en un cómodo cuarto plano, como aquel baterista que
acompañaba de modo efectivo el pedido de las composiciones en cada canción. Algo
así como el que tuvo la suerte o que la pudo ver en vivo y nadie se la contó. O
peor, estampado en las remeras. Usan al Ringo de la época del álbum blanco, con
bigotes, cara de no sé, mirada cómplice o compasiva. Como si fuera el tipo al
que le tocó el mejor asiento.
Cuando George Martin estaba testeando a la banda antes
de comenzar con las grabaciones, llegó a la conclusión de que debían hacer un
cambio fundamental: sacar al tronco de Pete Best. Ni John ni Paul ni George, lo
dudaron. Claro, Best era una linda imagen, jopo sensual, mirada con ceja en alto,
madre dueña de un local para tocar y… nada más. Ahí fue cuando llamaron a Ringo,
que lo conocían en el ambiente del aún poco practicado rock.
Starr fue el que tuvo una
infancia dura, habitada en hospitales. A diferencia de los demás, Ringo era el
más suburbano de los cuatro. Es maravilloso ponerse a escuchar esos ritmos de
baterías tan simples pero reconocibles. Porque, por ejemplo, en «Ticket to ride»,
te das cuenta que se viene el final porque el repique en el redoblante es el
que mejor cierra, va en seco. En el anterior, sólo suena más de una vez. Así
con doscientas canciones más, donde la impronta de Ringo tiene la misma contundencia
que la de un cross del Ringo de la Paternal.
Admitamos que el lugar de Ringo no fue el más cómodo, rodeado por dos egos tan intransigentes como los del marido de Yoko y el dueño de la perra Martha. Claro, sus amigos de banda no escatimaban en las formas de escalar en reconocimiento; unos yoes de la madona santa, como los de la dupla Lennon/McCartney. John, primero y Paul después, supieron empapar los diferentes años/discos de la carrera de The Beatles con sus ideas y creaciones, tan clásicas en el presente.
Ahora hablemos de Jorge, otro genio ninguneado/desplazado, pero que sobre el final hizo canciones que en el presente dignifican sus dotes creativas, no sólo en el sonido de su inmersión en las músicas indias, sino por bellas melodías y letras.
Admitamos que el lugar de Ringo no fue el más cómodo, rodeado por dos egos tan intransigentes como los del marido de Yoko y el dueño de la perra Martha. Claro, sus amigos de banda no escatimaban en las formas de escalar en reconocimiento; unos yoes de la madona santa, como los de la dupla Lennon/McCartney. John, primero y Paul después, supieron empapar los diferentes años/discos de la carrera de The Beatles con sus ideas y creaciones, tan clásicas en el presente.
Ahora hablemos de Jorge, otro genio ninguneado/desplazado, pero que sobre el final hizo canciones que en el presente dignifican sus dotes creativas, no sólo en el sonido de su inmersión en las músicas indias, sino por bellas melodías y letras.
Sobran los argumentos. «Heres
comes the sun» y «Something» en Abbey road; «If i needed someone» y «Think for yourself»
en Rubber Soul; «I me mine» y «For you blue» en Let it be o el arranque de
Revolver con «Taxman» y luego «Love to you», junto a «I want to tell you»; «My
guitar gently weeps» en el álbum blanco, donde punteó Clapton, único
invitado externo a la banda, sin contar a Yoko Ono y Billy Preston, en arreglos
de teclados. La
lista continúa sin tregua: «I need you» y «You like me too much» en Help!; la
bella «Don´t bother me» en With The Beatles o la experimental «Within you
without you» en Sgt. Pepper´s.
Entonces, la tarea para Ringo parece que siempre quedó para el único de los cuatro que no componía o que lo hacía, pero —como alguna vez mencionó— le salía parecido a muchas otras canciones de John, Paul & George.
Entonces, la tarea para Ringo parece que siempre quedó para el único de los cuatro que no componía o que lo hacía, pero —como alguna vez mencionó— le salía parecido a muchas otras canciones de John, Paul & George.
En los momentos picantes
del cuarteto, sin Brian Epstein y muchas gentes ajenas al entorno sobrevolando
bajo (abogados, contadores), el portazo lo pegó George. En seguida Lennon, dijo:
“contratemos a Clapton y fin de la historia”. Nada parecido sucedió cuando
Ringo se tomó el buque. Por eso, quien no reconoce su letal sonido queda afuera
de la magia de su estrella.
Más de una vez, David Lebón lo definió a Starr, al igual que sus tres coequipers de flequillo, como el mejor baterista del mundo, teniendo en cuenta que al escuchar cualquiera de sus bases sin la música uno puede reconocer de qué canción se trata.
Más de una vez, David Lebón lo definió a Starr, al igual que sus tres coequipers de flequillo, como el mejor baterista del mundo, teniendo en cuenta que al escuchar cualquiera de sus bases sin la música uno puede reconocer de qué canción se trata.
Y es así, no hace falta tener oído absoluto
para reconocer que en los parches de Ringo se encuentra también la base núcleo
del sonido beatle. Escuchar las de «Helter skelter», por ejemplo, deja la
sensación de que Ringo sí entendió cada uno de los requerimientos de las
canciones de sus compañeros. Ahí, Starr la descose, simplemente. Lo mismo en
los días de psicodelia, porque logró un sonido poco visitado en aquellos años,
como en «Tomorrow never knows» o “She said she said» ambas de Lennon, a quien
podemos atribuir el concepto de Revolver, como a Paul el de Sgt. Pepper´s o la mayoría
de Magical mistery tour y Abbey road.
Las anécdotas lo
recuerdan como el más divertido, pero también como el más rezagado. Una es la
que narran las crónicas de aquellos años, cuando viajaron en una avioneta y el
nasal de ojos celestes lo hizo parado, siendo el más incómodo en mirar el suelo
desde arriba. O que fue el segundo en renunciar a la banda, como cuentan George
& Paul en el documental Anthology. Los tres, por separado, fueron al rescate.
George con llamados a su timbre, Paul con un ramo de flores y John a punto del moco
tendido. No es fácil. Por eso, si uno piensa en la trascendencia o en su mirada sobre
las bandejas del éxito, entiende un poco más the sound of the Ringo.
Al narigón del siglo lo pudrían las peleas de
los demás. En el fallido film Let it be, se lo ve apesadumbrado, sentado en la
butaca tras los tachos, escuchando los encuentros calientes del resto en las
sesiones matinales, siempre en silencio, amasándose el bigote. Las reuniones,
que fueron pensadas en un principio para mostrar el proceso creativo del cuarteto
—idea de Paul— resultaron el final menos querido pero el más conocido.
Un día en la vida, los Beatles dejaron de existir como banda. Pero el ángel, el aura, sobrevivió y está, se vive en presente a cada giro de disco, en las radios, en las novelas, en el boliche, en los bares, en los autos, en los micros de larga distancia y hasta abajo del agua. Cualquier momento de la vida puede tener de fondo a los Beatles. Se detiene el tiempo. Los viejos recuerdan su juventud, los jóvenes buscamos explicaciones y los inadvertidos dicen «Yesterday» si los apurás un poco.
Un día en la vida, los Beatles dejaron de existir como banda. Pero el ángel, el aura, sobrevivió y está, se vive en presente a cada giro de disco, en las radios, en las novelas, en el boliche, en los bares, en los autos, en los micros de larga distancia y hasta abajo del agua. Cualquier momento de la vida puede tener de fondo a los Beatles. Se detiene el tiempo. Los viejos recuerdan su juventud, los jóvenes buscamos explicaciones y los inadvertidos dicen «Yesterday» si los apurás un poco.
Por todas estas razones —que huelgan— va un saludo para Sir Ringo. Por volar en reconocimiento sonoro, en las vivencias y en su estrella.
Me haría un twitter sólo para decirle “oh, Ringo... Gracias
por enseñarme el verdadero sentido del éxito”.
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