Por Félix Mansilla
Dos amigos en el café
de siempre, un lunes a las seis de la tarde. En invierno.
—Mirá, a mi el negocio
no sé si me conviene. Así, no me conviene. Disculpame que te haya hecho venir
con la cosa encima. Va, la dejaste en la camioneta, calculo.
—Sí, la dejé ahí. Mirá
que iba a bajarla ¿para qué? Igual, pensá en que no te cobro lo que te
ofrecieron hace un mes. Mirá que deja guita. Mucha guita…
—Hagamos de cuenta de que ni hablamos del tema.
Va a ser lo mejor.
—Bueno, esperá. Esperá porque esta parte ya
la conozco. Ahora te hacés el duro y vas bajando el precio. Ese no fue el trato.
En serio, che: ¿Vos querés o no querés? ¿Alguna vez te cagué?
—Más vale, hermano. Estoy con la soga al
cuello, cómo no voy a querer, pero así no. Calculá el riesgo que corro yo. Los
riesgos serían, los riesgos. No es fácil.
—Pero esperá, decime una cosa: fuiste vos
el que viniste a buscarme, no jodamos.
—Sí. Cuando me dijeron que eras vos el que
vendía, me acerqué sin pensar. Por eso te llamé.
—Ando con la cosa encima y me hacés esto.
Lo que me costó conseguirla, loco. Esto no se hace.
—Dejame de joder, si hace poco me dijiste
que habías hecho el contacto justo.
—Sí, pero eso qué tiene que ver. Son los
arreglos que se hacen cuando entrás en el negocio.
—Bueno, decime un precio. Con una bajada,
dale.
—Es que no puedo, tengo que pagarle al que
me la entregó, entendeme. No puedo echarme para atrás como estás haciendo vos
ahora.
—Dale, redondeá. En diez días te entrego
el resto.
—Bueno, pero dónde la descargamos. Tiene
que ser un lugar bien seguro. Mirá que si se corrió la bola como decís, entran,
se la llevan y no dejan nada.
—No pasa nada, en el barrio me conocen.
—Sí, te conocen por el kiosco que tenés. Tenés
más clientes que un supermercado chino.
—Pero porque siempre entregué lo mejor,
escuchame. El que me visita vuelve, es así. Nunca regalé nada a nadie.
Llegada del mozo con dos cafés cargados.
Una soda.
—Ahora decime: ¿Quién te tiró el dato que yo
vendía?
—Es que en el ambiente nos conocemos todos.
Vos sabés que acá se corre la bola en seguida.
—A veces me da un poco de miedo que se
sepa esto, che. Todo ilegal, sin peajes ni sobres, nada.
—Bueno, vamos a llevarla al galpón que te
dije. Un candado así tengo para el portón.
—¿Te parece? ¿Ahora?
—¿Es buena la que trajiste?
—Y…si te hablo del precio que te hablo es
porque es buena. La usaban en los camarines de Los Piojos, para entretener a
los pibes, imaginate.
—¿En serio? Entonces debe ser buena. No me
mientas que te conozco. Con tal de sacartelá de encima, vos…
—Bueno, veo que ahora estás entendiendo
que la que te traigo es buena y te va a dejar buena guita.
—¿Vos decís que no me voy a comer ningún
sapo con esta cosa en el kiosco, no?
—No, quedate tranquilo que el que la
prueba, se va cebar y va a caer todos los días. Es más, ése cliente es el que
se va a encargar de traerte a los demás. Funciona acá y en cualquier parte del mundo.
Vos sabés.
—Si vos lo decís…Dale, terminá el café que
quiero llevarla al galpón y probarla de una vez.
—Che, pero que esa desesperación no sea la
que te saque la ganancia. Hacé de cuenta que no es tuya, si no…
—Es que antes la quiero probar. No
desconfío de vos, pero sé de dónde traes las cosas.
—No te vas a arrepentir. Cuando la pruebes
vas a quedar duro de la emoción.
—Mirá que todavía me acuerdo del clavo con
esa que trajiste de Catán. Una por-quería. No anduvo en el barrio.
—Es que vos no entendías nada. Eras nuevo
en esto.
—Si terminaste el café, arranquemos, dale,
que los osos se van a poner furiosos.
—Dejame tomar la soda. Che, todo esto me
da un poco de miedo. Llevarla atrás de la camioneta, como si nada.
—Dale, vamos ¿Quién se va a fijar que
llevamos en la caja?
A la salida del café. Un conocido.
—¿Alguna novedad? ¿Cuándo llega? Mirá que
en el barrio estamos todos ansiosos.
—Eh…en unos días pasá que va a estar. No
comentes nada que acá son como las putas. No quiero que se sepa antes de que esté
lista para la clientela.
—Quedate tranquilo. Bueno, empieza el partido
del Rojo, nos vemos…
En la puerta de la caja de la camioneta.
Los dos nerviosos.
—¿Vos sos tarado o qué?
—Es uno que siempre pasa a visitarme. Me
apuró y le conté que me la ibas a traer esta semana.
—¿No te podés aguantar? Si ya viste que está
acá en la caja, dale, vamos a llevarla así me saco esto de encima.
En el galpón. Después de probarla. Los
ojos brillantes. El negocio cerrado.
—Ah, ahora entiendo el por qué del precio.
Qué sensación de poder, loco.
—No sé si es para tanto, pero sí. Viste
cómo levanta. Es como la garra de U2.
—¿En serio viene de Catán esta mercadería?
Diría que no, por el color.
—Es que ahora te entregan esto. Vas a
hacer mucha guita. Calculá que el gasto es una vez sola.
—¿Quién iba a decir que dejaba tanta guita
una máquina de osos peluche? No lo puedo creer.
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