Un 18 de febrero de 1927 nacía el gran Osvaldo Bayer. Comparto los extractos futboleros de la entrevista realizada en diciembre de 2014 en "el Tugurio". Así quedó para la web de Centrofóbal
El día que se pelearon Bayer y Soriano
El viejo Bayer habla de Osvaldo Soriano en una mañana de diciembre. “Fue mi mejor amigo y su muerte una injusticia”, dice el canalla más alemán de Argentina. Está sentado en el jardín de invierno de El Tugurio, su casa-biblioteca en el barrio de Belgrano. Sentado y ronco, invita a acercarse a la mesa y cuenta que ya tomó café y refiere —con rostro apenado— un recuerdo con lamento. “Los libros que hubiera escrito ése hombre”.
La lista de amistades epistolares de Soriano durante su exilio en Europa se dio con muchos de los escritores que dejaron una marca en las letras argentinas. Tito Cossa, Mempo Giardinelli, Tomás Eloy Martínez, Antonio Dal Masseto. Con Bayer era distinto porque lo visitaba en su casa de Berlín. Por eso es que los Osvaldo tienen una historia más allá de lo escrito y publicado. De allí surgen sendos recuerdos repletos de humor-exilio-fútbol, junto a pequeñas piezas que completan las autopartes de dos personajes sin carbónico. Bayer pinta. “El gordo contaba anécdotas con mucho detalle y sorprendía por cómo las narraba, aunque podían ser todas macanas”.
Si es Bayer, no es cuento
Ahora el reloj marca las 8.15 y desde el techo de su jardín de invierno el sol asoma tenue. Bayer ya lleva más de dos horas despierto. Viaja al pasado y define a su amigo invencible como “un intelectual perfecto por su perfil popular: sus libros explican la Historia Argentina”. La novela que más prefiere Bayer de su amigo es Cuarteles de invierno, la segunda de Soriano, publicada en 1980. A cuarenta centímetros de la mesa donde antes se reunían con El grupo de los Cinco —junto a Cossa, Rozitchner, Viñas y Soriano—, el viejo Bayer la mira y cachetea el aire: “Tengo tantas anécdotas de Soriano”. Y enseguida grafica. “A mí me jode que me digan alemán y el Gordo me lo decía siempre”. Improvisa una voz suave como la de Soriano: “Dejate de joder, no seas tan alemán”, le espetaba ante cualquier tipo de discusión el escritor del cuervo. También se trenzaban en conversaciones sobre los derroteros de San Lorenzo y Rosario Central. Ahora Osvaldo Bayer narra escenas del exilio en una mañana calurosa de diciembre.
El tugurio
«Entró una vez y me dijo: “Vos vivís en un verdadero tugurio”. Observaba así, mirando para arriba. Entonces, yo le seguí la corriente: “Tugurio, me gusta. Voy a poner un cartel en la puerta”. Me dice: “No lo tomés así. ¿Ves que sos demasiado alemán? —a mí me jode que digan eso—. “Pero che, sos demasiado alemán, te lo dije en chiste”. No, me gustó y lo voy a poner. Y bueno, lo puse y él se sentía jodido (risas). Tengo muchas anécdotas, porque los argentinos no saben lo que quiere decir tugurio. En general, no saben, digo. No hace mucho, unos muchachos jóvenes, muy bien vestidos, tocaron el timbre. Y salió un viejo, salí yo a recibirlos y se sorprendieron. Entonces, me dijeron entre risas: “Diga, don”. Si, digan lo que quieren ¿qué desean?”. Seguían con las risitas. “Escuchemé ¿acá hay minas?”. Los miré serio y le dije: “No, no. Acá hay solamente libros”. “Ah, bueno, gracias” y rajaron, porque pensaron que era un lupanar. Esto es por culpa de Soriano, por el nombre “El tugurio” (más risas).
Asado de patos holandeses
«Me acuerdo de una visita a Berlín con su mujer, Catherine Brucher. Yo le decía: ¿Qué hacés? ¿Cómo te ganás la vida? Él me decía: “Mirá, soy contador de patos en los lagos de Holanda”. ¿Ah, sí? Bueno. Yo lo miraba pero no le creía, siempre tenía esas salidas. En fin, él me dice: “Hay dificultad, Osvaldo, porque en Holanda nadie roba nada. Es un desastre. Entonces, siempre están los mismos patos y los mismos cisnes. Nosotros pensamos: nos van a echar, necesitan contadores de patos y no pasa nada. Por eso, todas las noches hacemos una reunión latinoamericana, matamos unos patos y hacemos asado de pato.
Tortillas y disculpas
«Ésta es grandiosa. Estábamos en una cena en Alemania, me visitó él. Era un domingo, vino y me dijo: “Vos sabés que tengo problemas con mi editor”. Eran las ocho de la noche, hora alemana. “Es un problema con el editor sobre la edición de mi libro ¿me prestás el teléfono para llamar a Buenos Aires?”, me dijo. Sí, sí, le digo, no hay problema. Y fue. El teléfono estaba al lado de donde yo estaba y cerró la puerta. Me resultó bastante raro eso. Entonces, miré el reloj. Él siempre me decía que yo era demasiado alemán, que tenía que argentinizarme. Era para provocarme, claro. Enseguida me digo: ocho hora alemana, menos cuatro… allá son las cuatro de la tarde. Claro, fue a preguntar cómo va San Lorenzo. Me quería meter la mula.
«Bueno, vino todo contento. Se ve que San Lorenzo iba ganando. Una hora después, a las nueve de la noche, yo había preparado la cena y todo, y me dice: “Vos sabés que me olvidé de peguntarle algo al editor” —Soriano era muy buen actor, así como de teatro—. “¿Me permitís hablar de nuevo?”. Sí, sí, cómo no, andá, le dije. Cerró la puerta de nuevo. Habló por teléfono. Para adentro me dije “ahora vas a ver”. Abrió la puerta y vino todo contento y yo lo apunté con el dedo. Bien serio le dije: “Yo no sé cómo vos no tenés vergüenza de ser hincha de un club que tiene el nombre de un cura”. Y vos sabés que se sintió mucho. Supo que fue descubierto. Le tiré: “Me querés vender la mula, yo no soy tan alemán boludo”. Me miró serio y me dijo “andá a la mierda” y se fue a dormir. No cenó y me dejó con toda la cena lista.
«A la mañana siguiente, preparé el desayuno y para que se pusiera contento preparé unas tortillas alemanas. Y no venía. Entonces me puse a tomar el café y de pronto entró todo desgreñado. No me saludó, se puso a tomar el café y de repente me mira con un enorme desprecio y me dice: “Yo no sé cómo vos podés ser hincha de un club que como nombre tiene ese adminículo que las viejas usan para rezar: Rosario Central.
«Se la pensó, eh. Yo no pude menos que pararme y decirle “me ganaste”. Al rato ya se amigó. Habrá pensado toda la noche. Rosario es por la ciudad y no por el adminículo, pero tienen el mismo sonido y las mismas letras. Qué genial el tipo. Me mató. Yo le dije me ganaste, le di la mano. Y eso le gustó».
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Revista Cítrica.
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