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La elevación de Enzo

Enzo Francescoli cumplió 62 años. Memorias del ex jugador, manager, amo y señor de River Plate. Como todo héroe se consagró y conquistó los corazones a ambos lados del Río.



Por Félix Mansilla

A Salvador María los diarios llegaban a la panadería, donde también acercaban los sobres del correo. Unos días después de la Libertadores de River el viejo pasó por La Silenciosa, compró pan y trajo a casa una edición especial de El Gráfico. Corría junio de 1996. Nos sentamos a la mesa con el mate a ver, entre todos, qué traía la revista. A mí me tocó el póster interior con Francescoli elevado tras un cabezazo que minutos después quedó colgado en las paredes de la habitación.

Al ver la imagen de Enzo en el aire los nervios fueron iguales que cuando unos minutos antes del pitazo final frente al América de Cali, Labruna descorchó un champagne al costado de la pista de atletismo del Monumental y papá le gritó al televisor: “¡Todavía no, todavía no!”, como para apaciguar la ansiedad. Habían pasado unos diez días y la alegría nerviosa no se nos iba.

Con el tiempo, la revista cobró el valor de tesoro, pero ya no andaba dando vueltas por la casa. En cambio, el póster de Francescoli en claro movimiento de cabezazo en el aire, nos cautivó por su arte y por su significado. Debajo de la figura del Enzo, una frase nos dejó desconcertados. Papá explicó y entendimos. La frase decía: “Cuidado al colgarlo que empieza a tirar paredes”.

Pasamos horas y horas con mi hermano en la habitación con la mirada puesta en el vuelo del príncipe. Encontramos el fuera de foco de la pelota en movimiento e imaginamos la sensación de que el pase iba a salirse del póster. Las paredes de nuestra habitación cargaban cuadros y otras figuras de rock, pero el Enzo era la estrella.

Mis amigos nunca preguntaban quién era el flaco nariz puntuda con lentes, aunque siempre decían algo referido al jugador: Enzo fue su calidad de príncipe elegante. Palabras para el uruguayamente correcto Enzo que siempre ponía las cosas en su lugar, el que representaba una parte de la idiosincrasia del universo River Plate.

Enzo fue el nombre de muchos nacidos antes del año 2000. Su significado proviene de la Edad Media y refiere a un uso de denominación: es el príncipe de sus tierras. Y así continúa hasta hoy, más sereno aún, más estratégico, con pocas palabras, aunque precisas.

Enzo fue un elegante, con vocación. Un filósofo famoso alguna vez dijo que “el genio es un 10 por ciento de inspiración y un 90 por ciento de transpiración. En el memorial personal de Enzo, el recuerdo tiene sombreros, globos, rabonas, bicicletas, chilenas y combas inoxidables. El Enzo que siempre nos parecía un tipo grande y serio y también mágico, se impuso en casa como el representante de todo aquello que nos pueden dar los otros a los que queremos: alegría, elegancia y goles.

Hay varias especies de jugadores a los que se los puede describir, narrar, figurar y contar de qué manera emanaban fútbol. Con Enzo su todo —jugador, referente, figura—lo representaba ante sus colegas: Enzo se abrazó con todos sus rivales que de vez en cuando y pasado el tiempo, cuentan alguna anécdota.

Juan Román Riquelme, por ejemplo, contó que con pocos partidos en Boca, se lo encontró en un vestuario de un partido homenaje, lo saludó y le preguntó por qué cuando recibía la pelota de espalda al arco y con un hombre en la marca, la paraba con el empeine. Y el Príncipe le explicó que era para que las patadas que le llovieran de atrás, impactaran en la planta y sobre los tapones y no en el tobillo. No había más explicaciones, más bien la pregunta que le quedó impresa a Román: ¿Cómo es que la redonda no escalaba el empeine hacia las alturas?  La respuesta, aunque no alcanza, es que Enzo fue un distinto.

En el Millonario jugó 236 partidos, convirtió 137 goles (4 a Boca Juniors), ganó 7 títulos: Copa Libertadores 1996, Supercopa Sudamericana 1997 y cinco tornes locales. Antes de todo esto, de Enzo sabíamos por papá que había jugado en River en los 80, antes de partir a Europa y volver para calzarse la casaca del Millonario otra vez.

Es inabarcable la sensación que los héroes de la infancia provocan cuando se van y se retiran y nos dejan huecos y vacíos.  En la nube del recuerdo aparece el living comedor de casa, un lunes antes de la cena. En la televisión vemos el final del noticiero de El Trece, donde anunciaron un video-homenaje del hombre que nos hizo felices. Las imágenes de sus pases, goles, su beso a la Copa, sus campeonatos pasaban por la pantalla con “Dar es dar” de Fito Páez de fondo.

Quedamos plantificados en los sillones y en la parte que dice “cuando el mundo te pregunta del por qué, por qué, por qué ¿por qué da vueltas la rueda? ¿Por qué no te detenés?”, nos miramos como un poco huérfanos del garante de nuestras alegrías caseras. Fuimos conscientes de que con Enzo encontramos lo que no es fácil de encontrar, y lloramos.

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