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Diego en un cuaderno Gloria

 


Verano de 1996. Un chico se aleja de su grupo de amigos y corre hasta el kiosco de la colonia de vacaciones municipal. Es un cuarto de tres por tres con una ventana-mostrador amplia en el frente. Sobre el fondo, varios racimos de paquetes envasados al vacío rebalsan un estante metálico de casi dos metros. En un rincón, la heladera vidreada transpira y no se pueden ver las latas. Pero él sabe que hay Sprite, Quatro Pomelo y Coca-Cola. Sobre la pared, cerca de la caja registradora, cuelga un afiche que tiene en el centro la imagen de Diego Armando Maradona. El chico lleva tres pesos para gastar y por eso consulta los precios. Cuando el kiosquero va a buscar su lata de Quatro Pomelo, se queda atónito, petrificado. Le llama la atención la tipografía en color amarillo, verde y rojo y el sol que hace de “O” en el centro del pecho de Maradona. Le sobra un peso con cuarenta. Pide unas Saladix de calabresa y un chupetín de pera. El kiosquero le da el vuelto en monedas mientras mira a Maradona en el afiche y después a él. Gira nuevamente hacia la pared y con la ceja izquierda enarcada le señala la figura del Diez. El chico le aclara que él no es de Boca y se va. Llega al pic-nic de media tarde en la sombra y saca de su mochila una lapicera y el cuaderno Gloria que le compró su abuela. Se toma un trago y anota algunas cosas. Abre la caja de Saladix. Convida a toda la ronda y escucha lo que les dice el profesor sobre las actividades a tarde completa. El chico no termina la lata de Quatro Pomelo. Guarda las Saladix en la mochila y se dirige al borde de la parte honda de la pileta.

Otoño de 2004. En un cajón de abajo el chico encuentra el cuaderno Gloria. Se queda mirando los dibujos de jugadores de fútbol, una lista de cosas para un campamento, la caricatura de su hermano con el pelo amarillo y una hoja repleta de tatetíes. Sobre el final del cuaderno encuentra un folleto que cuelga del extremo superior izquierdo. Observa que el clip que lo sostiene está oxidado. Debajo, en los renglones grises hay una anotación con lapicera azul. Se queda sorprendido y se ríe solo. Sale de la habitación por unos minutos y al volver, acomoda el vaso de gaseosa con hielo en la mesa de luz. Toma un cuaderno rayado Húsares. Transcribe, tacha y vuelve a arrancar en otra hoja en blanco. Regresa el cuaderno Gloria al cajón de abajo y va hasta el living. La mamá en la mesa está ensillando el mate y le hace preguntas. El chico mira para el televisor y responde sin pensar. Desde el sillón, el papá pide que hagan silencio. La pantalla les muestra la entrada de una clínica de la Capital Federal y a miles de personas que rezan por la salud de Maradona. Una señora llora y cuenta que cuando se enteró de la noticia llamó desde un locutorio a su marido para avisarle que no la espere hasta la noche, que volvería en el último tren de las diez. Después jura que sus rezos y los de todos los que están ahí y en sus casas, le van a dar fuerza a Maradona. La mamá lo codea y con emoción de lágrimas lentas le pasa otro mate. El papá lo mira con cara de preocupación y después busca el control remoto que tenía en la mano derecha. El hijo le pregunta si piensa que Maradona va a salir de ésta. El papá asegura que para él sí. “Maradona lleva sangre correntina”.

Febrero de 2005. El chico baja del colectivo. Son las 7.40 de una mañana gris con niebla y humedad. Lleva una camisa blanca con corbata azul fina, jeans color jeans y unos zapatos marrones. Está solo en la fuente de la galería que está a cuarenta metros de la entrada del colegio. Prende un cigarrillo y abre la carpeta de Matemática. Hace movimientos negativos y mira a su alrededor. Nadie espera nada a esa hora en esa galería. Sus amigos del grado no se llevaron Matemática. El chico siente la soledad sentado en la fuente. Termina el cigarrillo, toma la carpeta y sale hasta la vereda. Se le acerca un petiso narigón de un curso menor. Le hace dos preguntas y la tercera, casi a las risas. “¿Te enteraste que murió Pappo?”. El chico queda con una señal confusa en el medio del tórax. Le faltan veinte pasos para entrar al colegio y se pregunta: “¿Pappo? ¿Se murió Pappo? ¿Qué dice éste que se murió Pappo?”. Dos horas más tarde sube al colectivo y se tira rendido sobre el último asiento de la fila izquierda al fondo. Mira el papel con el dos de la prueba. Piensa en que aparenta forma de ganso. Una vez sobre la ruta se acomoda y trata de dormir. Cuando llega a su casa, sus padres y su hermano comen en silencio. Su hermana menor se fue a la escuela. Él se suma a la mesa sin decir una palabra. Ahora los cuatro miran Crónica TV. Como al pasar el chico les anuncia que desaprobó. En la pantalla ven que al costado de la ruta un pelado motoquero, amigo de Pappo, le dice al movilero con la voz gastada: “¿Qué te puedo decir, hermano? Se murió el Carpo, loco. Se murió el Carpo”. El papá cambia al noticiero de Telefé. Las cámaras muestran la sangre de Pappo derramada sobre el asfalto. En el Trece pasan imágenes de Pappo en cuero y con un casco de vikingo. El papá apaga el televisor. Después de un rato y para acortar el silencio, dice: “Es el Diego del rock nacional”.

3 de julio de 2010. El muchacho vuelve del departamento de su amigo. En La Plata llueve. Mojado, y sin ánimo, baja de su bicicleta playera. Descubre que la cubierta trasera está pinchada. Llega empapado media hora después a su departamento. Allí, sus amigos están escuchando un vinilo de Jaime Roos. Desde la cocina, su otro amigo corta el ambiente. “Ya fue Maradona, la mística, ya fue Bilardo y toda la Selección”. Ninguno de los tres le responde nada.

Octubre de 2020. El muchacho revisa una valija con viejos apuntes enmohecidos. Entre pilas de fotocopias abrochadas, folios con panfletos universitarios y un póster de Francescoli, aparece el cuaderno Gloria y la hoja suelta con una transcripción. Se sienta al borde de la cama, la despliega y se lee:

“Diego en pose taza con una sonrisa trucha. Diego y una remera blanca que le queda grande y un pantalón negro que también le calza grande. Tiene un reloj dorado que brilla, igual que sus dientes blancos. Maquillado y con el pelo cortito. Diego con un sol grande en el medio del pecho. Se lo tengo que decir a Diego. Diego: yo no soy de Boca, pero igual te quiero”.

***

Nota escrita para www.centrofobal.com el 30 de octubre de 2020.

Imagen de portada de Pablo Bernasconi


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