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Tierra al final

 

 

Qué sintió el primero que pisó la tierra nueva, cuando sus pies aplastaron la costa, la humedad en los granos de arena o vio la altura de los árboles y se sorprendió con la depresión del verde profundo. El primer fuego y la noche del debut, sin vaivén, sin olas molestas y con el murmullo de las aves despiertas.

   La primera mañana, el sol reflejado en las cubas del barco que se fue. Por qué no ajustaron las promesas y el olvido que implicó la pérdida de las cartas. La mirada: el otro lado, las familias lejanas y las roturas y las memorias grises de los retratos del otro lado.

   El techo angulado de la choza no deja dormir al recién llegado; no esperaba, se acontecía para no ir de visita a ningún lado. Imagina. Piensa.

   «Por suerte los papeles y el lápiz no se mojaron. Qué raro el clima tan cálido; las camisas ahora sirven para trapo. Cómo será a la mañana, acá, cuando el sol asome por dónde vinimos. Desde el carajo el verde superaba al inglés y a los árboles del monte en el pueblo de mis padres. Qué me dirían ahora, si jamás abrían la boca. La mirada de mamá no necesitaba entendimiento. Ella demostró los desafíos del silencio que corre por la casa en las horas del descanso. Papá al contrario: no se podía conmover delante nuestro y apenas una mano en el hombro cuando se retiraba a su cama fría y sin mamá, después de que el doctor recomendó noches en cama sola. Los tiempos cambiaron, pero no a él. Ya era tarde para disgregar el molde de roble. Duro, letal y pobre. Los vecinos lo querían. A mamá le tenían el aprecio destinado a las almas con traspaso de luz. No conozco a ese pájaro de canto trasnochado. Ojalá con el día presentado pueda distinguirlo y que sepa que la noche no es de nadie.»

   Hasta que llegue el bote. Una espera. El resto duerme; también su silencio de una forma de vivir sin decir. No les hace falta. Tienen las manos limpias y las manos hablan… sus cuerpos descansan de las maderas del bodegón mojado. Los niños parecen haber entendido: en tierra no lloraron más. Los abrazos felices los convencieron. Mamá les prometió recolección de bichos raros. Así se enteraron que había que aprovechar el tiempo que resta hasta que lleguen los señores de los botes. Conocerán la ciudad, preguntarán por los empedrados modernos y sabrán la historia del cielo y el sol en su bandera. La madre les habló de esperarlo a papá. Es una mujer fuerte, lo lleva en el cuerpo, es una resistente a las promesas que le hizo el tiempo. Tiene tres vestidos, dos combinaciones. Uno de margaritas, el preferido.

   Cuando llegue a la ciudad voy a conseguir trabajo y un reloj de los buenos. Los bichos andan por acá nomás; rondan sobre nosotros, los residentes nuevos. El hombre viejo dijo a lo sumo una semana o diez días. Total acá el frío se pasea, hace su visita cuando al oeste las nubes custodian la entrada del anochecer repetido. El ángulo ya no tiene ni luz y su sombra me dice que descanse. El punto es una fuga concreta. Acá no hay tanto papel. Lápiz en la media no falla.

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