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Los años son

 
Veinte años de internación.

X despertó sin entender el tamaño y la forma del televisor de su habitación, la 110. Después, la enfermera quedó tiesa cuando escuchó que desde el baño la voz de X que, en tono burlón, preguntó: “¿Quién estoy? ¿Dónde soy?”. Ella dio informe en la dirección de la clínica y horas más tarde apareció el único amigo que lo visitó cada mes de los 240 meses que completaron los veinte años de internado. 
 
El director fue claro con Yé. “Vaya de a poco, cuentelé sereno y ordenado, X no es pavo”. Yé siguió atento el hilo del doctor. “El sueño prolongado que tiene encima lo puede traumar”, avisó.

Yé entró a la habitación. 
 
“Te pasó una topadora encima, che”, dijo X a los gritos. “Contame qué te puso tan viejo, ojeroso y de canas portar”. X quedó duro en la cama. “Son los años”, explicó Yé, “hace quince trabajo en una escuela a semana completa, 343 en lista”. X lo interrumpió y ya recostado en el respaldar le habló de guita, crédito, respeto y prestigio.
 
“Ahí va el profe X”, rió. “Qué lindo debe ser sentirse útil y respetado ¿Te acordás el respeto que le teníanos al chancho Toba y a la de Rosas y al viejo León?”.

Yé se quedó en silencio, inquieto y sin palabras para explicarle todo el ruido de los años. Y X siguió. “Ya de chico decías que ibas a ser”. Yé continuó silenciado. “No vas a ser tan humildón, che”. Yé tomó aire. Pausó por pensamiento y porque X empezó de nuevo. “Ya te veo adelante del pizarrón, todos atentos”. Yé la soltó sin filtro. “Eso fue hace años”. X se quedó tieso. “Eso que decís ya no pasa”.

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