Esa mañana viajamos más de media hora hasta llegar al molino. En el camino escuchamos la radio y papá me explicó que las vacas estaban sin agua desde hacía más de diez días. Llegamos, abrí la tranquera y observé que a lo lejos, cerca del bebedero, unas cien vacas corrían por el camino que llegaba hasta la entrada. Cerré la tranquera y meamos al costado de la camioneta. Subimos y a unos doscientos metros las vacas estaban sobre el camino. Cuando estábamos más cerca se abrieron y estacionamos cerca del bebedero. Bajamos y toda la tropa sedienta nos miró en silencio, curiosas. El viejo dijo “como si supieran”.
El bebedero estaba todo tapado y no había viento. Bajamos la garrafa y pocos minutos después, papá subió al molino para hacerlo girar y sacar agua. Entonces, las vacas comenzaron a mugir en señal de agradecimiento. Pero el agua no subía hasta el tanque del molino. El viejo continuó haciendo piruetas y girando en lo más alto.
Las vacas y yo esperábamos abajo, hasta que de pronto empezó a aflorar un aroma a fierro con agua por el caño del molino. Fui hasta la punta del caño y pronto el agua comenzó a brotar: litros y litros de agua cristalina. Tomé unos tragos, calmé mi sed y escuché que las vacas mugían de nuevo, mientras el viejo bajaba del molino. Después nos siguieron hasta la tranquera hasta despedirnos, como si supieran.
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