—El mío, la primera vez, no dijo nada, pero cuando llegó la hora de la cena se fue a su habitación. Que anda “descompuesto”, avisó mamá.
—Papá se portó como un señorito inglés. Durante los mates hizo las preguntas de cortesía. Cuando se enteró que era de River lo invitó a mirar no sé qué partido. Ese domingo ganamos, imaginate.
—En casa fue todo un tema. Antes de que vaya por primera vez, estando todos, ya era un problema. Fue cruel. Me dijo: “Con un tipo de esa calaña no vas a llegar muy lejos”. A los seis meses me fui de casa.
—El mío nunca protestó. Es cierto que no le gustó ni medio que lo lleve a casa ni bien arrancamos la relación. Lo convenció llevando vino de regalo.
—¿Me toca a mí? Bueno, papá no llegó a conocerlo, pero sí sé que lo conocía de los campeonatos de Truco y que alguna vez nombró que le parecía un buen muchacho, honesto.
—En mi caso fue mamá la complicada. Entendible: mi suegra fue noviecita de su padre y la cosa no terminó bien. A todo esto, papá se lo tomó con calma y humor. Una vez, con unas copas de más, dijo: “Fijate el destino de estos dos que se van a casar y fueron casi hermanos”.
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