El hombre no podía pegar un ojo. Las palabras de su hija lo dejaron entre las cuerdas. La hija habló de incomodidad y de un zafado. Mencionó insinuación, entre otras cosas, y que le dijo: “Qué lástima que sos hija de un amigo”. Ella se puso incómoda y sacó la cuenta de los años. Se le vino un asco.
La mirada del tipo le quedó grabada y se lo contó a su hermana y quedaron en hablar con la madre. Y la madre puteó y avisó: “Acá nadie se va a callar la boca”.
El hombre corrió hasta el baño con una mezcla de rarezas nuevas en el estómago. Vomitó, cagó, se lavó las manos con agua caliente. Se refrescó la cara, se peinó y se postró en el sillón grande. Prendió el televisor, llamó a la hija. “Sola”, dijo. La hija se acercó. Quedaron enfrentados. “Contame todo”, mandó. La hija tomó aire. Contó en menos de diez minutos. “Que te quedes sin trabajo por mí”, dijo y lloró. El hombre se sonó la nariz. Se acercó y la abrazó. Se distanciaron.
Dos días después, la policía descubrió los frascos del veneno, pero el jefe se recuperó y retiró la denuncia.
Comentarios
Publicar un comentario