Ir al contenido principal

Libres las cotorras

 

 

Esto fue en la época que andaba en el camión. Al principio me gustaba estar algunos días fuera de casa, pero con el tiempo y los kilómetros y kilómetros, me di cuenta de que la ruta no era para este servidor. La señal llegó una vez, viajando de noche encima. Había viajado todo el día y, con ese berretín de los camioneros, quería llegar como sea. No venía bien del sueño y en un tramo en el que no andaba nadie, vi cómo que se cruzaban tres elefantes y hasta se me fue el pie al freno.

Pero no era esto lo que quería contar. Hace poco me acordé de mi vieja y se me cruzó el día que le compré dos cotorras. El tipo que me las vendió las metió en una caja de zapatos con agujeros y se ve que andaban cansadas, pensé a la vuelta, porque durante las cuatro horas hasta a mi casa ni las escuché. Llegué y las puse en la jaula que había en el zaguán. Mi vieja se levantó de la siesta y no me dijo nada. Le pregunté si le había gustado el regalo. “¿Qué regalo?”, dijo sorprendida.

Le conté que le había traído dos cotorras, que estaban en las jaulas que era de la parejita de canarios. Me miró sorprendida. Andá y fijate, le ordené. Pero las cotorras no estaban: con el pico habían abierto los barrotes y se habían escapado, podés creer. Después, al tiempo, me enteré la treta. Era raro lo mansita que viajaron en la caja. Y claro, los tipos las vendían después de darles miga borracha.



Comentarios

Entradas más populares de este blog

Siesta de ángel

No perturba la calma, acecha la culpa, se obstina el ensueño. El ángel no teje ni protege, escucha. Deambula, quizá: nadie sabe si es verdad. ¿Por qué los ángeles no nadan de espalda? Las alas no sirven más que para frenar o de última flotar, pero se mojan y, como las rocas, no pueden decir palabra. El pájaro nadó el pez corrió y el perro carreteó. Mientras —tranquilo avezado y dormido—, el gato camina: es jefe, patrón y esclavo cuando quiere o llega el dueño.

Primeros libros

     En 45 días de reposo me hice lector. Comencé con vómitos y dolores de cuerpo, pis marrón. El doctor diagnosticó hepatitis. Era invierno y para no estar aburrido en la cama, los viejos me trajeron  revistas viejas y varios ejemplares de Patoruzú. Claro, no estaba acostumbrado a leer tanto, pero el tiempo a disposición jugó un papel importante y a lo largo del día terminaba todo lo que me traían.    Después, en la mesa, papá preguntaba sobre las historias. “Algunas las leí en otra época”, avisaba. Así, los personajes y sus acciones se volvieron como de la familia. Al terminar cada ejemplar, pensaba: “Entonces puedo”.    Más tarde, curado de la hepatitis, el gusto por los libros creció. El primer intento fue con uno de Cortázar que saqué de la biblioteca del pueblo, pero el tiempo de devolución me quitó las ganas. Solo recuerdo haber leído “Axolot”. Después, llegó la primera novela: “Robinson Crusoe” de Defoe. Costó, pero una noche, después de l...

Baúles y valijas

  Las valijas viajan solas, conocen paisajes internos. Se suspenden en el tiempo, en la oscuridad. Cada baúl las arropa, resguardan los sonidos, que tapan recorridos en plena soledad. Cierre hermético, sombra y pasado de ropas. Contemplación, ruido y silencio. Llegada presurosa. Claridad y búsqueda errada, y de nuevo el negro que acostumbra el cierre y otro viaje más. Llegadas, partidas y fin, que anuncian el continuado de maravillas y otros cuentos con finales templados.