Esto fue en la época que andaba en el camión. Al principio me gustaba estar algunos días fuera de casa, pero con el tiempo y los kilómetros y kilómetros, me di cuenta de que la ruta no era para este servidor. La señal llegó una vez, viajando de noche encima. Había viajado todo el día y, con ese berretín de los camioneros, quería llegar como sea. No venía bien del sueño y en un tramo en el que no andaba nadie, vi cómo que se cruzaban tres elefantes y hasta se me fue el pie al freno.
Pero no era esto lo que quería contar. Hace poco me acordé de mi vieja y se me cruzó el día que le compré dos cotorras. El tipo que me las vendió las metió en una caja de zapatos con agujeros y se ve que andaban cansadas, pensé a la vuelta, porque durante las cuatro horas hasta a mi casa ni las escuché. Llegué y las puse en la jaula que había en el zaguán. Mi vieja se levantó de la siesta y no me dijo nada. Le pregunté si le había gustado el regalo. “¿Qué regalo?”, dijo sorprendida.
Le conté que le había traído dos cotorras, que estaban en las jaulas que era de la parejita de canarios. Me miró sorprendida. Andá y fijate, le ordené. Pero las cotorras no estaban: con el pico habían abierto los barrotes y se habían escapado, podés creer. Después, al tiempo, me enteré la treta. Era raro lo mansita que viajaron en la caja. Y claro, los tipos las vendían después de darles miga borracha.
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