Ir al contenido principal

Dos kilómetros de Bic

 

¿Quién puede saberlo? La leyenda cuenta que una lapicera Bic escribe 2 kilómetros. Incomprobable, aunque puede tener sentido, porque con una buena atención —uso cotidiano sin pérdida de capuchón— las tipas suelen durar un montón. Es más, en momentos de regreso al uso, si arrancan entrecortadas, alcanza con un poco de aliento o batida potente y enseguida responden. Tienen precisión.


En muchos casos, las personas distraídas se cagan en la Ley de Gravedad y las Bic que obtuvieron moran punta para arriba en recipientes de lata. La tinta no es agua y tiende al cambio de extremo la tinta, sumado a la pastosidad de la bola por punta, lo que la vuelve indomable a la mano inexperta. No tienen paciencia.

La conveniencia junto a la experiencia, dictan que no hace falta gran mantención para las legendarias Bic. Sucede que ahora es menos frecuente que el común de la gente ande con lapiceras encima. “Ahora uso el bloc de notas del celular”, dicen. Muy bien, piensa uno. Muy bien, hasta que un día te quedes sin luz y sin batería. En fin, el dato quizá sea un poco exagerado, pero queda bien el eslogan de dos kilómetros de Bic.

 

*** 

Imagen: Mark Rothko, "Blue".


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Siesta de ángel

No perturba la calma, acecha la culpa, se obstina el ensueño. El ángel no teje ni protege, escucha. Deambula, quizá: nadie sabe si es verdad. ¿Por qué los ángeles no nadan de espalda? Las alas no sirven más que para frenar o de última flotar, pero se mojan y, como las rocas, no pueden decir palabra. El pájaro nadó el pez corrió y el perro carreteó. Mientras —tranquilo avezado y dormido—, el gato camina: es jefe, patrón y esclavo cuando quiere o llega el dueño.

Primeros libros

     En 45 días de reposo me hice lector. Comencé con vómitos y dolores de cuerpo, pis marrón. El doctor diagnosticó hepatitis. Era invierno y para no estar aburrido en la cama, los viejos me trajeron  revistas viejas y varios ejemplares de Patoruzú. Claro, no estaba acostumbrado a leer tanto, pero el tiempo a disposición jugó un papel importante y a lo largo del día terminaba todo lo que me traían.    Después, en la mesa, papá preguntaba sobre las historias. “Algunas las leí en otra época”, avisaba. Así, los personajes y sus acciones se volvieron como de la familia. Al terminar cada ejemplar, pensaba: “Entonces puedo”.    Más tarde, curado de la hepatitis, el gusto por los libros creció. El primer intento fue con uno de Cortázar que saqué de la biblioteca del pueblo, pero el tiempo de devolución me quitó las ganas. Solo recuerdo haber leído “Axolot”. Después, llegó la primera novela: “Robinson Crusoe” de Defoe. Costó, pero una noche, después de l...

Baúles y valijas

  Las valijas viajan solas, conocen paisajes internos. Se suspenden en el tiempo, en la oscuridad. Cada baúl las arropa, resguardan los sonidos, que tapan recorridos en plena soledad. Cierre hermético, sombra y pasado de ropas. Contemplación, ruido y silencio. Llegada presurosa. Claridad y búsqueda errada, y de nuevo el negro que acostumbra el cierre y otro viaje más. Llegadas, partidas y fin, que anuncian el continuado de maravillas y otros cuentos con finales templados.