El Chino lo contó así:
«Aquel sábado venía tranquila la guardia de
la Cooperativa y justo llamaron de una estancia, así que agarré la camioneta y
me fui a revisar un corte de línea telefónica. Era un sábado bien soleado. Ni
bien llegué, la encargada me hizo pasar. Era un lugar con un caserón tipo
castillo, con doble escalera en media luna, todo blanco estaba. En el medio del
techo había una araña de luces viejísima pero de valor, parece.
«Probé el teléfono de la sala grande con vista a la escalera de la derecha y nada, mudo. Así que salí para afuera para revisar la caja de entrada de la línea que estaba en un cuartucho alejado de la casa. Le pedí a la encargada que me ayude al momento de probar la línea. Me dijo que sí y la mandé a que vaya y levante el tubo de la sala grande. Fueron dos o tres viajes por lo menos, porque yo acomodaba la entrada del cable y ella tenía que escuchar si había tono. Pero todas las veces que volvió dijo que no andaba. Entonces, invertimos roles y la dejé en el cuartucho para que controlara las luces de la caja de cables. Ni bien entré de nuevo al caserón castillo vi que se asomó un viejo flaco con los pelos parados con una bata blanca. Un bacán. Me vio entrar y me quedé quieto. “Hola, argentino”, dijo.
«Y yo que no lo podía sacar, lo tenía de cara, pero no sabía el nombre del viejo. Y bajó como un atleta y me estiró la mano y le hice seña de que lo conocía y se cagó de risa. Un esqueleto el viejo. Y se me vino encima y me dio un abrazo bárbaro. Le dije “soy el Chino” y ahí mismo lo reconocí y ahí nomás le tiré, “claaaro, vos sos Ron Wood”.»
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