Durante la primera noche desde el regreso todavía le sonaban los bombazos y veía luces en la oscuridad. Su madre le cumplió el deseo que viajó en la única carta que les llegó en tres meses: quería la cama con sábanas limpias y dos frazadas. La madre se imaginó y pudo aprestarse al sueño. Con el hijo en casa el padre hizo asado a la familia, pero él comió poco y nada y se fue a la cama con el pelo mojado. Nadie dijo nada. Levantaron la mesa y veinte minutos después, la casa quedó apagada y en silencio. Sábanas frescas y dos frazadas y ruidos viejos y gritos pelados y voces del desgarro. El viaje a oscuras, un baño apenas, las heridas. Los días en el cuartel. Los asados sin tenedor ni cuchillo. Vino caliente y chacareras mustias. En las noches consecuentes no hicieron falta frazadas. La madre se acercó a apagar el velador y la radio. Acomodó las sábanas y corrió las frazadas que sobraban. La madre se retiró del cuarto y se quedó sola en la cocina. Tomó la pastilla, prendió un cigar...
Un poco de ficción en tiempos de pantallas.